Daenerys Arya
Cantidad de envíos : 37 Edad : 32 Localización : Valencia, España. Reputación : 10 Puntos : 96455 Fecha de inscripción : 08/03/2011
| Tema: El lamento de la serpiente. (Draco Malfoy) Miér Oct 12, 2011 4:51 am | |
| !Hola a todos¡ Es un fic de un capitulo único y el personaje que me he centrado a sido en Draco Malfoy, en él y en su dolor por haber perdido a su padre. Ya se que a la mayoría no le gusta las historias tristes y deprimentes, pero yo siento especial debilidad por ellas, y espero que a pesar de eso os agrade mi one...
El lamento de la serpiente.
Draco ladeó la cabeza y observó la ropa que descansaba sobre la cama. Una túnica, una camisa y un pantalón. Todo de color negro. El color del luto. Pesadamente volvió a ladear su cabeza, fijando la vista en el exterior. Apoyó la frente en el frío cristal y cerró los ojos. Aún no podía creerlo.
Un día cualquiera, en cualquier momento, podía ser el fin. Pero, ¿cómo era posible que un hombre se desplomara en el suelo, muerto, sin más? El joven no tenía respuesta para aquel enigma, ya que en su mente lo único que rondaba era la razón de porque su padre había fallecido.
- Ahora que las cosas empezaban a ir bien...justamente ahora - murmuró él.
Hace apenas un año los Malfoy habían participado en la Última Batalla, aunque también había decidido abandonar al Señor Oscuro y a los mortífagos, huyendo de Hogwarts, dejando todo atrás para poder vivir los tres juntos. En familia. ¿Qué importaba si el bando del Innombrable resultaba vencedor si alguno de ellos perecía, o si el bando vencedor resultaba el contrario?
Nada.
Pero ahora eso ya no tenía importancia. Lord Voldemort había sido derrotado, y con ello el miedo y las amenazas habían desaparecido. Meses después de la Batalla la familia fue juzgada y milagrosamente se salvó. Y al fin pudieron vivir en paz. Aquellos últimos años habían sido muy difíciles para la estirpe, y al fin comprendieron que lo verdaderamente importante no era ser el siervo del mago más tenebroso del mundo o poseer la mayor fortuna de toda la sociedad, sino vivir unidos y en paz. Pero muy poco dudaría aquella dicha, ya que meses después Lucius fallecería.
Y la unión familia se rompió.
Draco se despegó de la ventana y muy lentamente comenzó a prepararse. Abandonó la habitación y como si se tratara de un fantasma recorrió los pasillos de la mansión, hasta llegar al pie de la escalera. Con la misma parsimonia descendió los escalones y pudo ver a su madre esperándolo. No tuvo prisa en llegar hasta ella. Quería retrasar todo lo posible antes de ver como el ataúd de su padre desaparecía bajo tierra.
En el exterior les esperaban una fina pero continua cortina de agua, así que rápidamente subieron al automóvil muggle que les llevaría hasta el cementerio de Wiltshire. Cuando llegaron a su destino, Draco fue el primero en bajar y tras ayudar a Narcissa, madre e hijo se adentraron en el campo santo. Caminaron entre tumbas, ángeles y robles hasta que a lo lejos vieron el impresionante panteón familia y ante el, un pequeño grupo de magos y brujas.
Al entrar al interior Draco se quedó asombrado por la grandeza del lugar, era la primera vez que estaba en aquel mausoleo y durante un buen rato no pudo evitar contemplar las tumbas sumamente ornamentadas de sus antepasados. Y a pesar de ser el hogar de los muertos, el ambiente que allí se respiraba era sosegante, tranquilo y calmado.
El féretro estaba situado en medio del mausoleo. La mujer se separó de su hijo y poco a poco se acercó hasta donde descansaba su marido, alargó la mano y acarició la lisa madera, cerró los ojos instantáneamente y suspiró con pesadez. Draco, varios pasos detrás de ella, vio como perdía el equilibrio, y tras un ágil movimiento la rodeo con sus brazos. Narcissa le sonrió débilmente, asegurándole que se encontraba bien, que solo se trataba de un simple mareo, pero el joven sabía que no era así.
Su matrimonio fue concertado, frío y distante. La venida de su primer y único hijo llegó muy pronto, varios meses después de la boda, y tras anunciarle a Lucius la buena nueva, su relación mejoró paulatinamente. Pero el verdadero momento que unió al matrimonio fue el mismo alumbramiento: un parto demasiado largo y lleno de complicaciones, tanto para la madre como para el hijo. Y con el paso del tiempo, la convivencia y la costumbre el amor fue surgiendo entre ellos. Hasta ese día.
La mujer perdió la compostura y estalló en llanto. Ya no soportaba más la presión en su pecho, las lágrimas que ardían en sus ojos o el dolor tan inmenso que azotaba su corazón. Poco le importaba que después del velatorio la tacharan de mujer débil y quebradiza. Pero no se escucharon murmuros ni palabras entre los magos y brujas que allí habían, solo el silencio y su llanto.
Y en aquel momento Draco se dio cuenta de que ella no tenía la fuerza necesaria para sepultar a su propio marido. Tembloroso, alzó la varita y tras agitarla, el féretro comenzó a deslizarse hasta el nicho, donde se selló con una cubierta de mármol, inscrita con el nombre del difunto y sus fechas de nacimiento y muerte.
El joven tragó saliva varias veces, con la esperanza que el nudo de su garganta se deshiciera y que las lágrimas de sus ojos desaparecieran. Apenas lo logró, y al fin consiguió tranquilizarse. Mientras que su madre, apoyada en su hombro, aún derramaba silenciosas lágrimas, y su llanto se había convertido en un leve sollozo.
Sin premura salieron del panteón, y a las puertas de este, los amigos y conocidos dieron el pésame al hijo y a la esposa. Una hora después, Narcissa y Draco deshicieron sus pasos, abandonando aquel cementerio, y tras montar en el mismo automóvil se marcharon. La lluvia, había ganado fuerza, y ahora las gotas chocaban contra los cristales y ventanales con mayor agresividad.
Una vez en el interior de la fría y oscura mansión, Draco comenzó a caminar sin ni siquiera tener en mente el lugar donde sus pasos le dirigían, y sin proponérselo llegó hasta el gran salón. Alzó la vista y su mirada chocó contra el sillón de cuero negro, el lugar predilecto de su padre. Continuó observándolo, cuando los recuerdos regresaron a él. Una melancólica sonrisa afloró en sus finos labios. Se vio a si mismo, con trece años menos, brincando sobre aquel sillón. Se había enfadado con su padre porque él mago no había sucumbido a los caprichos de su hijo pequeño, y como el niño sabía que aquel butacón era el preferido de su progenitor, pues él intentó dañarlo. Pero lo único que consiguió fue enfurecer a su padre.
Por un breve instante, la idea de volver a brincar sobre aquel sillón sedujo a Draco, pero desgraciadamente el joven era demasiado consciente de que si brincaba encima de él, o estallaba en mil pedazos después de recibir un hechizo, Lucius no aparecería por el umbral de la puerta para gritarle y después dejarle sin la cena.
Ya no lo volvería a ver. Nunca más.
Su sonrisa se evaporó, y desde lo más profundo de su estómago una ardiente amargura comenzó a trepar por su esófago, instalándose en su garganta e impediéndole respirar. Con demasiada lentitud tomo asiento en aquel mismo sillón, cerró los ojos y miles de lágrimas inundaron sus mejillas. Ya podía deshacerse de aquella máscara que él mismo había construido, para ocultar sus sentimientos. No había ojos espiándolo, ni nadie que podía ver lo mucho que aquella inesperada muerte le había afectado. Al fin podía llorar horas y horas, y sentir nada más la más grande y dolorosa tristeza...
¿Que os parece? |
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